La economía compartida es uno de los resultados más relevantes del desarrollo de la tecnología y de Internet.
Ya se hablaba de sharing economy a principios del presente milenio. Y si las monedas virtuales están llamando la atención de un creciente número de inversores, la economía colaborativa está fortaleciéndose mediante la llegada y desarrollo de nuevos modelos de negocio y empresas que colocan a muchas corporaciones convencionales en la encrucijada de decidir entre seguir funcionando con sus esquemas o adaptarse de algún modo a este fenómeno.
El caso es que este concepto de economía con base en el intercambio o alquiler de bienes y servicios, mediante plataformas digitales, se ha vuelto literalmente “viral”. Y esto no es gratuito: las redes sociales, páginas web y apps han sido los canales mediante los que se ha promovido esta opción y realizado innumerables transacciones, lo que una vez más demuestra de manera contundente la capacidad de las tecnologías digitales para organizar a los consumidores, aprovechar eficientemente los recursos y generar ahorros significativos.
Las plataformas online facilitan el contacto entre personas que ofrecen productos -nuevo y usados- y también servicios muy diversos, y les ponen en contacto con personas que los necesitan, lo que ha permitido el surgimiento de redes de proveedores y usuarios que tienen intereses en común; así como también ha hecho posible el desarrollo de muchas facetas dentro de esta economía alternativa, como el alquiler temporal de viviendas, habitaciones, vehículos, prendas de vestir, así como los traslados compartidos, entre tantos otros.
Esto cambia varios paradigmas del intercambio comercial tradicional: ahora se paga por obtener el beneficio de un producto y no por el producto en sí. Se vende el uso, no el objeto. La medición de unidades vendidas es sustituida por el de unidades utilizadas. Los bienes que ya no tienen uso para unos son distribuidos en un mercado en el que son necesarios para otros, lo que permite ahorrar los recursos que se invierten en elaborar productos nuevos. En este ámbito hay espacio hasta para compartir el talento y las habilidades con mecanismos como el coworking y el crowdsourcing.
Los ejemplos son innumerables: desde emprendimientos como AirBnB o Homeaway dedicadas al alquiler de alojamientos; Blablacar y Uber que se especializan en traslados compartidos e individuales; hasta plataformas para la financiación alternativa de proyectos o crowdfunfing como Verkami y GoFundMe.
Oportunidades compartidas
La economía colaborativa puede considerarse una opción de consumo responsable que promueve el uso racional de los recursos y que intenta auspiciar un cambio significativo en la vida de todos los seres humanos, además de crear conciencia sobre la necesidad de cuidar el medio ambiente. Lo paradójico es que pese a su carácter alternativo esta economía está generando operaciones por miles de millones de euros anuales y varios especialistas pronostican altos porcentajes de crecimiento de estas transacciones en los próximos años.
Lo anterior ha llamado la atención de algunas empresas convencionales que decidieron tomar parte del concepto, como es el caso de Ikea que permite a sus clientes vender los muebles usados de la marca en sus locales y compartir las ganancias.
Pero más allá de los reajustes que pueda causar la economía compartida en las empresas tradicionales, está la viabilidad de establecer organizaciones que pongan en práctica modelos de gestión eficiente manteniendo su carácter alternativo. En este sentido, Quirky es un ejemplo perfecto: se trata de una plataforma global de inventores que diseña y fabrica productos de acuerdo a los parámetros de la economía colaborativa.
Quirky desarrolla los inventos publicados en su web por los propios consumidores. Aplicando el crowdsourcing, la organización convierte estas ideas en productos reales y los elabora de acuerdo a la demanda existente, aplicando un criterio similar al lean management: producir exactamente lo que requiere el cliente, en la cantidad específica y sin generar desperdicios.
Debe considerarse también que la economía compartida constituye en sí misma un estímulo para el emprendimiento y la competitividad, ya que premisas como la producción sostenible y el ahorro de recursos activan la creatividad necesaria para desarrollar productos y servicios de calidad, con valores añadidos relacionados con la preservación del medioambiente y precios asequibles.
Un reto legal
La protesta de sectores afectados por la irrupción de estos nuevos modelos, por ejemplo los taxis, ha demostrado que los gobiernos siguen en deuda con la propuesta y aprobación de legislaciones claras y bien documentadas para regular los servicios y transacciones que se realizan mediante la economía compartida.
Este vacío legal, lejos de proteger a los actores de la economía convencional, ocasiona protestas, huelgas y deja en evidencia la gestión de los gobiernos frente a la imparable transformación que la tecnología seguirá impulsando en todos los aspectos de la vida cotidiana.
En este sentido, el reto de las personas que impulsan la sharing economy -usuarios y empresarios- es lograr el establecimiento de leyes objetivas y equilibradas que estimulen una competencia en igualdad de condiciones con las organizaciones tradicionales y que al mismo tiempo permitan obtener la confianza necesaria para la consolidación de estos nuevos modelos.
Perspectivas
Como se comentó antes, algunas empresas convencionales han tenido la iniciativa de incorporar elementos de la economía compartida para adaptar sus modelos de negocio a las expectativas de los consumidores o para crear nuevos formatos de intercambio.
Si esto se convierte en una tendencia, se pueden pronosticar dos escenarios posibles: la alineación del modo de producción tradicional con el propuesto por la economía colaborativa para evitar la pérdida de fidelidad de sus clientes y ser desplazada por proyectos disruptivos; o que ambos modelos se fusionen completamente.
En cualquiera de los dos casos es indispensable establecer espacios dinámicos para la co-creación y la co-innovación, en los que se intercambien ideas con total apertura y receptividad a los cambios.